Una Luz en el Camino

Luz Ángela y El Costurero (Foto de Luz Ángela Cipagauta Vargas.)


Luz Ángela es el dolor de cabeza de su mamá, o lo que es lo mismo, quien se asegura que la vida de Isabel esté lejos del aburrimiento.

A sus doce años la sagacidad de la niña, quizás más rápida que el anquilosado sistema educativo colombiano, presenta desafíos a propios y ajenos que no dudan en llamar a la incomprensión "indisciplina."

Ser la hija menor en un núcleo de tres mujeres, donde la mamá es cabeza de familia, crea vínculos especiales entre sus miembros. Mónica, la hermana mayor de Luz Ángela, es un remanso de paz: responsable, disciplinada, dulce, la mano derecha de su madre. Luz Ángela por el contrario, es rebelde, crítica, renegada, y al mismo tiempo constantemente solícita de la atención de su progenitora. 

La primera vez que vi a Luz Ángela montaba a regañadientes una bicicleta prestada, que Isabel le había conseguido a ver si se le acababa el sirirí de "Tú prefieres salir a montar bicicleta con tus amigas que estar conmigo." 

Ese día para colmo, ni siquiera Isabel había podido salir a montar por asuntos laborales, así que nos la había encomendado con la esperanza de que hiciéramos una especie de milagro y la niña regresara a casa amando el ciclismo.

No fue lo que sucedió. Por el contrario, recuerdo llegar a casa frustrada de cómo nos había tocado lidiar con los berrinches de la niña. La escena se repitió en un puñado de ocasiones: No importaba qué tan suave fuera el repecho, ni que tan corto el recorrido; apenas Luz Ángela sentía el más mínimo indicio de cansancio, se parqueaba en una esquina y de ahí no se movía hasta obtener el "auxilio" de su madre.

Cualquiera diría que la afición no le iba a durar mucho, pero Luz Ángela ya estaba enganchada por el deleite de utilizar los guantes y las bandanas que una de nosotras le había heredado. Montar en bici podía no ser muy agradable, pero los guantes de ciclismo calzaban a la perfección y los pañuelos para la cabeza estaban super de moda.

A pesar de mis pronósticos desacertados, Luz Ángela siguió saliendo y se siguió quejando, aunque ahora no por el frío, el barro, o los repechos, sino por no tener cicla propia. 

Isabel supo leer en los reparos de su hija la señal de una promesa, y comenzó  hacer esfuerzos para comprarle a Luz Ángela su bicicleta. En mayo la niña fue la última en inscribirse a la ruta para principiantes de la Travesía Correcaminos, estrenando bicicleta y uniforme, y oficializando así su membresía en El Costurero de su madre. 

Horas después ese mismo día me encontré con Luz Ángela a la hora del almuerzo. Cuando le pregunté cómo le había ido en la travesía, me contestó con una mezcla de alegría y decepción, al haber visto que otros ciclistas de su edad habían llegado antes que ella. 

Hace un mes gestioné la inscripción de El Costurero al Ciclopaseo de la Independencia, en el que Luz Ángela mostró interés en participar. Nos fuimos con ella confiando en la asistencia del carro escoba para cuando la niña se cansara, pero ese día el camión estaba repleto de ciclistas y ella todavía seguía montada en su bicicleta. 

Luz Ángela paraba cada cuatro kilómetros a esperar a su mamá por pura piedad, y en el entretanto tomaba fotos del paisaje, de las criaturas de la naturaleza, y de las exhaustas Costureras que trabajaban duro por seguirle el paso.

En esa travesía tuvimos más de un incidente, afortunadamente sin graves consecuencias. Ninguno de ellos tuvo nada que ver con Luz Ángela, quien llegó conmigo a la meta sin contratiempos.

Debo confesar que la cosa me pareció tan normal, que sólo me dí cuenta de su hazaña cuando se acercaron mis compañeros Correcaminos, quienes también estaban en el evento, a manifestarme su admiración por la niña. 

A Luz Ángela le deseo que se goce muchas, pero muchas travesías más. El Costurero se honra de saber que al salir en bicicleta tenemos con nosotras una Luz en el camino.



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